Informa: Ecclesia Digital
Después de haber analizado la oración en los Hechos de los Apóstoles, Benedicto XVI anunció que dedicará las próximas catequesis a ese tema en las Cartas de San Pablo, que las inicia y termina siempre con una plegaria y que, en su epistolario, nos ha dejado una rica gama de formas de orar.
En la audiencia general de los miércoles, celebrada en la Plaza de San Pedro, ante más de 11.000 personas, el Papa explicó que el Apóstol de las gentes quiere que entendamos que la oración “no es una obra buena hecha a Dios, una acción nuestra, sino ante todo un don, fruto de la presencia viva (..) y vivificante del Padre y de Jesucristo en nosotros”.
Cuando rezamos, sentimos “nuestra debilidad (…) nuestro ser criaturas, porque nos encontramos ante la omnipotencia y la trascendencia de Dios (…) y percibimos nuestros límites (…) y la necesidad de confiar cada vez más en Él”. Es entonces cuando “el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra incapacidad (…) y nos guía al dirigirnos a Dios”. Así, la oración es sobre todo “la acción del Espíritu Santo en nuestra humanidad, que se hace cargo de nuestra debilidad y nos transforma de personas ligadas a la realidad material en personas espirituales”.
Entre las repercusiones de la acción del Espíritu de Cristo como principio interno de todas nuestras obras, el Santo Padre observó, en primer lugar, que “la oración animada por el Espíritu nos da la posibilidad de abandonar y superar toda forma de miedo o de esclavitud, viviendo la verdadera libertad de los hijos de Dios”. Otra consecuencia es que “la relación con Dios llega a ser tan profunda que no se ve afectada por ningún hecho o situación. Entendemos que la oración no nos libra de las pruebas ni de los sufrimientos, pero podemos vivirlos en unión con Cristo, con sus sufrimientos, en la perspectiva de participar también en su gloria”.
“Muchas veces -dijo el Papa- pedimos a Dios que nos libre del mal físico y espiritual (…) y sin embargo, a menudo tenemos la impresión de que no nos escucha y corremos el riesgo de desanimarnos y no perseverar. En realidad, no hay ningún grito humano que Dios no escuche. (…) La respuesta de Dios Padre a su Hijo (…) no fue la liberación inmediata del sufrimiento, de la cruz, de la muerte: a través de la cruz y de la muerte, Dios respondió (…) con la Resurrección”.
Por último, “la oración del creyente también se abre a la dimensión de la humanidad y de la creación entera, (…) no se queda encerrada en sí misma: se abre para compartir los sufrimientos de nuestro tiempo. Se convierte así en (…) canal de esperanza para toda la creación y expresión del amor de Dios que se derrama en nuestros corazones por medio del Espíritu”.
El apóstol, finalizó el Santo Padre, nos enseña que cuando rezamos “tenemos que abrirnos a la presencia y la acción del Espíritu Santo (…) para que nos lleve a Dios con todo nuestro corazón y todo nuestro ser. El Espíritu de Cristo se convierte en la fuerza de nuestra oración ‘débil’, en la luz de nuestra oración ‘apagada’, enseñándonos a vivir, enfrentándonos a las pruebas de la existencia, de la certeza de que no estamos solos, abriéndonos a los horizontes de la humanidad y de la creación ‘que gime y sufre con dolores de parto’”.