Francisco Varela Figueroa, Vicario Parroquial de Sta. María de las Virtudes. Bachiller en Estudios Eclesiásticos; Ldo. en Psicología; Experto en Sexología; Experto en Creatividad y Valores; Master en Terapia Cognitivo-Conductual
Vivimos en una sociedad en la que se confunden los grandes valores que mueven la existencia con los deseos subjetivos que proceden del instinto. Ortega y Gasset solía afirmar: “Hay una vocación general y común a todos los hombres. Todo hombre, en efecto, se siente llamado a ser feliz”. El gran problema que nos encontramos es que no sabemos, realmente, en qué consiste eso de ser feliz, es más, lo confundimos con el hecho de poseer el mayor bien posible. De este modo, raras veces la felicidad puede hacerse presente en nuestras vidas para plenificarla, ya que vivimos con un error de base.
La felicidad no es algo que se posea de manera cuantificable, sino que depende de nuestro ser relacional. La felicidad hace referencia a mi persona, a cómo me relaciono con las realidades que me rodean y cómo me influyen ellas. Es decir, no es una meta que nos espera al final del camino, sino que es biográfica y se proyecta hacia el futuro. La felicidad dirige nuestra mirada hacia el ideal que mueve nuestra existencia. Este es el motivo por el que estamos llamados a colmar nuestra vida de sentido, de modo que esos momentos de felicidad cobren solidez, perduren en su esencia, incluso a pesar de los avatares de la vida.
Un aspecto imprescindible para este logro es saber vivir distinguiendo nuestro modo de relacionarnos. Para ello es necesario saber que para crear relaciones de encuentro con las realidades circundantes que nos nutran y enriquezcan debemos movernos en un nivel 2 de realidad, nivel en el que se desarrollan las verdaderas relaciones de encuentro, y no en un nivel 1, nivel del tener y poseer, de la manipulación de la realidad. Para poder crecer y ayudar a crecer a los demás hay que conocer la realidad, aceptarla y ofrecer todas las posibilidades personales para que pueda desarrollar sus potencialidades.
Esta breve introducción del pensamiento del Dr. Alfonso López Quintás es precisa para poder entender la concepción de una verdadera sexualidad y no anclarse en la genitalidad imperante en nuestra sociedad.
Para poder comprender la grandeza de una verdadera relación sexual, se necesita partir del amor y no del enamoramiento. Entre estas dos realidades existe una fuerte vinculación, pero no se identifican. El segundo es un paso previo para la existencia del primero, pero no lleva a él forzosamente.
Comenzamos con la atracción sentida por una persona hacia las cualidades de otra. Ésta se ve irresistiblemente subyugada por ella. Ese atractivo va dejando paso al enamoramiento, es decir: esa persona se va convirtiendo en el centro del universo del enamorado, va captando toda su atención y le distrae de cualquier otra actividad. No se trata de un impulso erótico, sino de un estado espiritual que le lleva a desear fundirse con la otra persona, por lo que pondrá de relieve todas sus cualidades para avivar ese mismo deseo en esa persona que se ha convertido en objeto de ese fuerte deseo.
Dice la Dra. Mª Ángeles Almacellas: “Estar enamorado supone querer a esa persona en exclusividad; es una inclinación permanente a la unión plena con el amado: querer estar en él y tenerlo dentro de sí. Es un verdadero renacer, pues todo el ser queda impregnado del amado y ya no se entiende la vida sin esa persona: el pasado adquiere un sentido nuevo, como si hasta ese momento hubiera vivido al pairo, y de súbito, sin saber muy bien cómo, arribara al puerto seguro que le estaba destinado desde siempre. Todo lo sufrido o gozado hasta ese momento aparece insignificante ante la intensidad de la pasión de enamoramiento, que perturba como un estado de embriaguez; el presente se colma de sensaciones maravillosas y contradictorias –alegría y pena, confianza y celos, seguridad y miedo, impaciencia y un deseo ardiente de parar el tiempo… –. La tendencia a unirse a la persona amada es tan aguda y ardiente que ya no es imaginable un futuro del que ella no constituya una parte principal”.
Uno de los problemas actuales consiste en un reduccionismo del enamoramiento a una serie de sensaciones que buscan su satisfacción a corto plazo. Porque, aunque parezca que se está dando respuesta a un intensísimo amor, no es más que una respuesta impulsiva desencadenada por la pasión. Esta relación reduccionista tiene lugar en el nivel 1, nivel donde se llevan a cabo relaciones manipulativas y de control, nunca una verdadera relación de encuentro. No se crea una verdadera relación de amor, porque aunque el deseo pasional esté presente en el amor, no es su centro. En el amor debe aparecer el sentimiento, la inteligencia, el afecto, es decir, toda la persona. Por tanto, una verdadera relación amorosa necesita la participación de la inteligencia y la voluntad para que sea elevada al nivel 2 y no se denigre la dignidad de la persona reduciéndola a un simple instrumento de manipulación. El amor presenta tres dimensiones además de la sexualidad: amistad, apertura comunitaria y fecundidad.
El hecho de construir una verdadera relación amorosa consiste en el señorío sobre los impulsos y deseos, no dejarse anular por la satisfacción a corto plazo para buscar el amor de calidad, es decir, una relación personal auténtica. En esto consiste el verdadero amor en el que se inserta la sexualidad. Una relación sexual inserta en esta relación verdadera se definiría como la comunicación no verbal íntima entre un hombre y una mujer que no necesitan del uso de palabras para comunicar su amor en una expresión de la unitividad vivida entre ellos.
Sin embargo, hoy día este tipo de relación inteligente y madura escasea. La sociedad ha vendido el uso de la persona a nivel objetual, como un simple instrumento de satisfacción a corto plazo donde lo que se pone en juego es la genitalidad, es decir, un uso indiscriminado de los genitales a expensas de la denigración del ser persona. No se expresa el deseo de conseguir una relación auténtica, sino la consecución de un placer a corto plazo a cualquier precio.
Así que nos situamos ante otra pregunta con una gran profundidad filosófica y antropológica: ¿estoy dispuesto a trabajar por un amor que me enriquezca y enriquezca al otro como ser humano o me conformo con una simple satisfacción instintiva? Está en juego lo que eres como persona.