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San José nos enseña a acoger a Jesús

Tribuna libre de Federico Mantaras Ruiz-Verdejo, administrador diocesano de Asidonia-Jerez en Diario de Jerez

Fuente Diario de Jerez

Artículo original en Diario de Jerez, pinchando aquí

En este año que empieza el papa Francisco quiere que san José tenga una relevancia especial, por eso ha querido dedicarle una Carta Apostólica para que nos fijemos en él y aprendamos de su modo de actuar: en segunda línea, con discreción, sin protagonismos, aceptando y cumpliendo la voluntad de Dios en su vida.

José estaba desposado con María, pero “antes de vivir juntos María había concebido”. Cuando José se entera del embarazo de María se le viene el mundo encima, sabe que el hijo no es suyo y no entiende nada de lo que está pasando, por eso se llena de tristeza y entra en una profunda desolación. Por una parte, su cabeza le dice que su esposa está embarazada y que él no es el padre, por otra parte, su corazón le dice que María es incapaz de hacer nada malo. José sufre por la Virgen, a la que no quiere hacer ningún daño, y sufre por él mismo, porque se le viene abajo todo su proyecto de vida junto a María. No sabe qué hacer, en su mente todo está oscuro.

José tiene que pasar por momentos muy duros de desesperación, de tristeza y de lucha, así nos enseña que Dios no nos promete una vida cómoda y tranquila, Él permite pasemos por momentos de prueba, pero nunca nos deja solos y nos sostiene en las adversidades.

En medio de esta confusión, José le grita a Dios en el profundo silencio de la noche, y el Padre, que atiende sus lágrimas y gemidos, le envía su mensajero, para que, en lo hondo del sueño, le desvele sus planes. Este sueño ilumina su mente y esponja su corazón, y hace que en un instante su oscuridad se convierta en luz. El encargo que el ángel de Dios hace a José es que acoja a María en su casa, pues la criatura que tiene en su vientre viene del Espíritu Santo. También Dios nos pide a nosotros que acojamos a María en nuestra casa, pues a través de ella sigue viniendo el Salvador a nuestra vida. Acoger a María supone atenderla, dedicarle tiempo, amarla, observarla, escucharla, imitarla…

Otro momento duro para José será el tener que desinstalarse y dejar su casa por causa del decreto del emperador Augusto, que pretende hacer un censo del Imperio romano para que todos paguen los impuestos. “También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse junto con su esposa María, que estaba encinta”. Este decreto, obliga a José y a María a dejar su hogar, su familia y su vida en Nazaret y a ponerse en camino hacia un destino incierto. Hay ciento cincuenta kilómetros de Nazaret a Belén, treinta horas a buen paso, cuatro días de viaje. Los caminos son malos, hace frío, están cansados…

Sin embargo, no encontramos en los protagonistas quejas ni lamentos, todo lo contrario, José y María de ponen en manos del Padre providente y eso hace que aquel camino se llene de belleza. Podemos contemplar la escena: la belleza de sus miradas, de sus conversaciones, de sus reflexiones, de sus silencios, de esa presencia de Dios que los inunda… No hay ruidos, no hay lujos, no hay nada deslumbrante… pero la escena está llena de belleza.

Jesús nacerá pobre, en una cueva de Belén, en un pesebre que José había arreglado para que le sirviera de cuna, pero nace en un ambiente lleno de amor: con unos padres que se quieren entre ellos y que desde el principio llenarán a su niño de cariño. El Dios infinito que nace en la pobreza, sin nada accesorio, no prescinde de un padre y de una madre. La familia es necesaria, no es lujo, es algo esencial para que Jesús vaya creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia.

La Navidad viene asociada a la imagen de un padre, una madre y un niño, el nombre de Dios se asocia a los rasgos de misericordia y ternura. Dios se hace pequeño, en Él se unen la omnipotencia y la vulnerabilidad, la divinidad y la infancia… Un niño no se impone, no produce miedo, libremente lo podemos acoger o rechazar. San José nos enseña a acoger a Jesús con inmenso amor y a cuidarlo y protegerlo de la amenaza del mal para que no muera en nosotros y pueda llenar nuestra vida de luz y de alegría.

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