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La Iglesia celebra hoy la festividad de San Alfonso María Ligorio

Jueves de la decimoséptima semana de Tiempo Ordinario

Reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 47-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gentío:
«El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Habéis entendido todo esto?»
Ellos le responden:
«Sí».
Él les dijo:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.

San Alfonso Ligorio

San Alfonso nació cerca de Nápoles en 1696. Sus padres eran don José de Liguori, capitán de las galeras del rey, y Doña Ana Cavalieri. Ambos esposos eran tan distinguidos como virtuosos. El santo recibió en el bautismo los nombres de Alfonso María Antonio Juan Francisco Cosme Damián Miguel Gasllar; pero prefería que le llamasen simplemente Alfonso María. El padre de Alfonso, deseaba que su primogénito recibiese una educación muy esmerada y le nombró tutores desde muy niño. Empezó a estudiar jurisprudencia a los trece años y a los dieciséis, por privilegio especial, pudo presentar en la Universidad de Nápoles el examen de doctorado en derecho civil y canónico y obtuvo el título por aclamación. Una leyenda afirma que Alfonso no perdió un solo caso en los ocho años que ejerció la abogacía. En 1717, Don José arregló el matrimonio para su hijo, pero la boda no llegó a celebrarse. Alfonso siguió trabajando como hasta entonces. Durante un par de años, el joven se resfrió un tanto en su vida religiosa y concibió cierto gusto por la vida social, aunque conservó siempre el propósito de no cometer un solo pecado mortal. Alfonso era muy afecto a oír música en el teatro, pero además se presentaban ahí otros espectáculos indecorosos. Para evitarlos, como Alfonso era muy miope, le bastaba quitarse los anteojos cuando se levantaba el telón, oír la buena música y no ver el mal espectáculo. En la cuaresma de 1722 hizo un retiro en el convento de los lazaristas; ello y la recepción del sacramento de la confirmación en el otoño del mismo año, reavivaron su fervor, de suerte que, en la cuaresma del año siguiente, el joven hizo voto de virginidad y de abandonar el ejercicio de su profesión en cuanto comprendiese que Dios se lo pedía. Pocos meses más tarde, Dios manifestó claramente su voluntad.

San Alfonso nació cerca de Nápoles en 1696. Sus padres eran don José de Liguori, capitán de las galeras del rey, y Doña Ana Cavalieri. Ambos esposos eran tan distinguidos como virtuosos. El santo recibió en el bautismo los nombres de Alfonso María Antonio Juan Francisco Cosme Damián Miguel Gasllar; pero prefería que le llamasen simplemente Alfonso María. El padre de Alfonso, deseaba que su primogénito recibiese una educación muy esmerada y le nombró tutores desde muy niño. Empezó a estudiar jurisprudencia a los trece años y a los dieciséis, por privilegio especial, pudo presentar en la Universidad de Nápoles el examen de doctorado en derecho civil y canónico y obtuvo el título por aclamación. Una leyenda afirma que Alfonso no perdió un solo caso en los ocho años que ejerció la abogacía. En 1717, Don José arregló el matrimonio para su hijo, pero la boda no llegó a celebrarse. Alfonso siguió trabajando como hasta entonces. Durante un par de años, el joven se resfrió un tanto en su vida religiosa y concibió cierto gusto por la vida social, aunque conservó siempre el propósito de no cometer un solo pecado mortal. Alfonso era muy afecto a oír música en el teatro, pero además se presentaban ahí otros espectáculos indecorosos. Para evitarlos, como Alfonso era muy miope, le bastaba quitarse los anteojos cuando se levantaba el telón, oír la buena música y no ver el mal espectáculo. En la cuaresma de 1722 hizo un retiro en el convento de los lazaristas; ello y la recepción del sacramento de la confirmación en el otoño del mismo año, reavivaron su fervor, de suerte que, en la cuaresma del año siguiente, el joven hizo voto de virginidad y de abandonar el ejercicio de su profesión en cuanto comprendiese que Dios se lo pedía. Pocos meses más tarde, Dios manifestó claramente su voluntad.

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