Sábado de la cuarta semana de Pascua
Lectura del santo Evangelio según san Juan 14,7-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mi, hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mi, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”
Catequesis de la Iglesia de Jerusalén a los nuevos bautizados (siglo IV)
N° 4; SC 126
«Tomad, comed: esto es mi cuerpo… Tomad, bebed: esta es mi sangre» (Mt 26,26s). Cuando Cristo mismo declaró, respecto al pan: «esto es mi cuerpo», ¿quién se atreverá a vacilar? Y cuando él mismo categóricamente afirma: «esta es mi sangre», ¿quién dudará de esto?… Por tanto, participamos del cuerpo y la sangre de Cristo con una certeza plena. Porque, bajo el aspecto del pan, está el cuerpo que te es dado; bajo el aspecto del vino, está la sangre que te es dada, con el fin de que participando en el cuerpo y en la sangre de Cristo te hagas un solo cuerpo y una sola sangre con Cristo… De este modo, según san Pedro, nos hacemos » partícipes de la naturaleza divina » (2P 1,4).
En otro momento Cristo, hablando con los judíos, decía: » si no coméis mi carne, y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros». Pero ellos, como no comprendían sus palabras espiritualmente, se marcharon escandalizados… Existían también, en la antigua Alianza, los panes de la ofrenda; pero aquí no hay razón para ofrecer estos panes de la antigua Alianza. En la Alianza nueva, hay un «pan venido del cielo» y una «copa de la salvación» (Jn 6,41; Sal. 115,4). Porque, como el pan es bueno para el cuerpo, el Verbo concuerda bien con el alma.
El santo David, también, te explica el poder de la eucaristía cuando dice: «Ante mí preparaste una mesa, enfrente de mis adversarios» (Sal. 22,5)… ¿De qué quiere hablar si no de la mesa misteriosa y mística que Dios nos preparó contra el enemigo, los demonios?… «Y tu copa me embriaga como la mejor» (v. 5 LXX). Aquí habla de la copa que Jesús tomó en sus manos cuando dio gracias y dijo: «esta es mi sangre, sangre entregada por una multitud en remisión de los pecados» (Mt 26,28)… David cantaba también con respecto a esto: «el pan fortifica el corazón del hombre, y el aceite da brillo a su rostro» (Sal. 103,15). Fortifica tu corazón tomando este pan como un alimento espiritual, y alegra el rostro de tu alma.