Viernes de la quinta semana de Cuaresma
Lectura del santo Evangelio según san Juan 10,31-42
En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.
Él les replicó:
«Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?».
Los judíos le contestaron:
«No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios».
Jesús les replicó:
«¿No está escrito en vuestra ley: «Yo os digo: sois dioses»? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre».
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían:
«Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad».
Y muchos creyeron en él allí.
San Ricardo de Chichester
A finales del siglo XII, nació Ricardo en Wyche en el seno de una familia de trabajadores de campo. Marchó a estudiar a Oxford donde se graduó en Artes y en Bolonia hizo lo propio en Derecho. En Orleans ejerció la docencia y se ordenó sacerdote.
El Arzobispo de Canterbury lo nombra obispo de Chichester, hecho que no sentó nada bien al rey Enrique III, que le cerró físicamente las puertas del palacio episcopal. Entonces, Ricardo ejerció de obispo misionero y predicó la doctrina evangélica. Tuvo que navegar a contracorriente y murió en la casa-asilo para pobres, sacerdotes y peregrinos a los 55 años.