Viernes de la trigesimoprimera semana de Tiempo Ordinario.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”.
El administrador se puso a echar sus cálculos:
“¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de aceite”.
Él le dijo:
“Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él dijo:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dice:
“Toma tu recibo, escribe ochenta”.
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz».
Los cuatro santos coronados
Fueron cuatro hermanos a quienes los cristianos dieron el nombre genérico de «Coronados» desde el principio, pero que tenían sus nombres propios como cualquiera: Severo, Severino, Carpóforo y Victoriano. Vivieron en el siglo III. Se ganaron la confianza de la superioridad por su buen comportamiento, su sentido de responsabilidad y buenos servicios como soldados. Diocleciano decidió depurar el ejército de cristianos porque ve en ellos los fantasmas de la posible rebeldía, de la traición y de la pérdida del poder. Los hermanos son apresados y obligados a hacer una ofrenda al dios romano Esculapio, pero lo rechazan y son condenados a muertes tras pasar por la tortura. La iglesia de los Cuatro Santos Coronados que hay en Roma fue levantada en el siglo IV y destruida por los normandos. En el siglo XII la reconstruyó el papa Pascual II. Los frescos de Juan de San Giovanni (1630) representan, en su cúpula, la historia de los mártires cuyas reliquias guarda el templo.