Jueves de la novena semana de Tiempo Ordinario. Jesuscristo, sumo y eterno sacerdote
Mi alma está triste hasta la muerte
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 26, 36-42
Jesús fue con sus discípulos a un huerto, llamado Getsemaní, y le dijo:
«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».
Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dijo:
«Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».
Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».
Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
«¿No habéis podido velar huna hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
«Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».
«Ellos verán a Dios»
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón 53; PL 38, 366
Queremos ver a Dios, buscamos verle, ardientemente deseamos verle. ¿Quién no tiene este deseo? Pero fíjate en eso que dice el evangelio: «Dichosos los limpios de corazón: ellos verán a Dios». Procura verle. Para tomar una comparación entre las realidades materiales: ¿cómo querrás tu contemplar el sol naciente con los ojos enfermos? Si tus ojos están sanos, esta luz será un placer para ti; si están enfermos, te será un suplicio. Indudablemente, con un corazón impuro no podrás ver eso que se puede ver con un corazón puro. Tú serás apartado, alejado de verlo, no verás nada.
¿Cuántas veces el Señor ha proclamado «dichosos» a unos hombres? ¿Qué motivos de dicha eterna ha citado, qué obras buenas, qué dones, qué méritos y qué recompensas? Ninguna otra bienaventuranza afirma: «ellos verán a Dios». He aquí como se enuncian las otras: «Dichosos los pobres de corazón: de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los mansos: ellos obtendrán la tierra prometida. Dichosos los que lloran: ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia: ellos serán saciados. Dichosos los misericordiosos: ellos obtendrán misericordia». Así pues, de ninguna otra se afirma. «Ellos verán a Dios».
La visión de Dios se promete cuando se trata de hombres de corazón puro. Esto no es sin más, sino porqué los ojos que permiten ver a Dios están en el corazón. De esos ojos habla el apóstol Pablo cuando dice: «Pueda él iluminar los ojos de vuestro corazón» (Ef 1,18) En el momento presente, estos ojos, a causa de su debilidad, son iluminados por la fe; más tarde, a causa de su vigor, serán iluminados por la visión… «Actualmente vemos como una imagen oscura en un espejo; aquél día, lo veremos cara a cara.» (1Co 13,12).
San Guillermo de York
Era el sobrino del rey Esteban y de joven era algo perezoso y no tomaba en serio las responsabilidades de la vida. Era muy popular con la gente. En aquellos tiempos, los príncipes podían nombrar a los obispos y cuando el arzobispo de York murió, se eligió a William para tomar su plaza. Algunos religiosos, y entre ellos san Bernardo, intercedieron ante el Papa para que nombrara a otra persona. Guillermo se retiró, pero herido. Fue a vivir con otro obispo, que era tío suyo, y allí empezó a cambiar de vida, dedicándose a la oración y viviendo con toda austeridad. La ciudad estaba dividida entre quienes querían a Guillermo como arzobispo y quiénes no. Al fin, cuando el nuevo arzobispo murió, el Papa volvió a nombrar a Guillermo. Pero Guillermo ya era viejo y al cabo de un tiempo, murió, dejando fama de santidad y de profunda oración.