Hoy he encontrado un magnífico artículo, autoría de Antonio Hernández Parrales, Pbro., publicado en ABC con fecha 19/10/1967 sobre la historia de la Virgen de las Montañas. Os transcribo, con la mera intención de facilitar la lectura, lo que considero más centrado en la historia para así no hacerlo tampoco demasiado extenso. Os subo una imagen del artículo original y otra de la celebración de la romería publicada en la revista católica «La Hormiga de Oro», en septiembre de 1908, por lo que probablemente es una de las primeras imágenes de la celebración de la popular romería. Espero que os guste tanto como a mí.
“La tradición popular nos cuenta que un leñador o pastor encontró a los pies de un algarrobo, no muy distante del sitio donde hoy está la ermita de las Montañas, una imagen pequeña de la Virgen María, pero, creyendo que se trataba de una muñeca, se la llevó a su casa como un juguete con que jugaran sus hijas, pero al poco tiempo desapareció del pueblo, volviendo a ser hallada en el campo, en el mismo sitio. Entonces los eclesiásticos de la villa tomaron carta en el asunto y se llevó a la iglesia parroquial, colocándosele sobre un altar, de donde volvió a desaparecer para encontrársele de nuevo junto al algarrobo. Estos hechos dieron a entender que era una imagen de la Virgen y que la Señora quería que se le venerara en aquel lugar del Pajarete, rodeado de Montañas.
Este relato no está apoyado por ningún documento, pues hay datos de la parroquia de Nuestra Señora de las Virtudes que se estaba labrando en el año 1556; de las ermitas de San Sebastián y Nuestra Señora de los Reyes, que ya existían en 1572; del altar e imagen de Santa Ana, de la iglesia parroquial, en 1567, y de las cofradías de la Vera Cruz, de la Hermandad de la Concepción y la de Madre de Dios de la Caridad, que ya tenían vida propia antes de finales de este siglo XVI, y, sin embargo, nada encontramos de la Virgen de las Montañas…..
En la primera mitad del siglo XVII, los trabajadores del campo que vivían en los ranchos del Pajarete, el Rosalejo y sus contornos se quejaban de que, debido a la distancia que había desde sus caseríos a Villamartín, se quedaban sin oír la santa misa de los domingos y días festivos y se propusieron levantar una ermita, donde pudieran cumplir con sus obligaciones de cristianos.
El día 17 de abril de 1649, el doctor don Fernando de Quesada, arcediano de Écija, canónigo de la Catedral de Sevilla y vicario general del Arzobispado, da autorización para que diga misa cualquier sacerdote del clero secular y regular que tenga licencia de celebrar en este Arzobispado en la ermita con la advocación de San Ginés y de la Virgen de las Montañas, que se acaba de fabricar en el pago del Pajarete, con la condición de que antes la visite el vicario de la villa de Villamartín y vea si reúne las debidas condiciones.
El licenciado Alonso de Aponte Farfán de los Godos, presbítero, vicario de Villamartín, visitó la referida ermita, y como estaba todo con decencia, el domingo día 16 de mayo de 1649 se celebró “por primera vez el sacrificio de la misa, con mucha música y asistencia de la mayor parte del clero de esta villa, a la cual fueron presente el Licenciado don Andrés de las Gasca y Barco, e Alonso de Aponte e Juan de la Calle Garcés, beneficiados de la iglesia parrochial e muchas jentes e yo el presente notario Bartolomé Camacho, notario apostólico”.
Del acta de visita que hizo a esta ermita el 7 de febrero de 1651 el visitador doctor Fernando Gil Moreno, por mandato del arzobispo, fray Domingo Pimentel, conocemos cómo era la imagen de la Virgen y otros pormenores: “Primeramente visité la dha. Iglesia con un altar adornado en q. está colocada la imagen de nra. Sra. De las Montañas, pequeña de talla, vestida de lama blanca de plata con una corona y cetro pequeño de plata, y a un lado un cuadro grande de San Ginés y a otro el de San Pablo, primer hermitaño, con otros lienzos de pintura. Halló en dicha capilla a el hermano Lorenço de Santa María, vestido con un avito de paño pardo a uso del ermitaño y a el hermano Domingo de la Concepción con el mismo avito, que están dedicados a el servicio de la dha. Capilla y sirven de santeros”. Según un inventario de principios del siglo XVIII, la Virgen con el Niño en el brazo tiene de alto tres cuartas sobre pie de candelero.
Estos dos primeros ermitaños Lorenço de Santa María y Domingo de la Concepción, para ir por los ranchos recogiendo limosnas con que pagar al sacerdote que de Villamartín venía a decir la m isa y hacer junto a la ermita un albergue adecuado para ellos, compraron una mula que les salió “falsa”, y al año siguiente fueron a la feria de Villamartín, donde la vendieron por doble cantidad de maravedíes de la que les había costado.
La ermita de las Montañas tenía en propiedad dieciséis fanegas de tierra, cuatro de labor y doce de monte, que fueron compradas con las limosnas que recogía, por el ermitaño Miguel de Vitoria a Diego González Moreno Bastida, natural de Arcos, en 18 de agosto de 1682, y eran la tercera parte de cuarenta y ocho fanegas de tierra de la Rosa de la Parrilla, lindantes con la dicha ermita. Luego murieron los dos hermanos del vendedor, y como nadie reclamó las otras dos terceras partes, los santeros disfrutaban de las 48 fanegas sin ser molestados por nadie.(….)
Todavía los más ancianos de la comarca recuerdan el hecho prodigioso que se verificó en el año 1902. En la mañana de aquel día, 8 de septiembre, varias personas introdujeron en la iglesia de la ermita a una pobre mujer, de unos cincuenta años, vecina de Bornos, llamada María Sánchez Romero, que desde hacía más de dos años tenía paralizado todo el lado derecho: fue colocada en un rincón apartado, y desde allí, arrastrándose, llegó cerca del paso de la Virgen, orando con gran fervor, y a poco le dio un síncope, quedando sin conocimiento, por lo que la creyeron muerta. Al poco tiempo, aquella mujer, que antes estaba baldada, se puso de pie, ante la admiración de todos, y cuando salió la procesión por los alrededores de la ermita, llevaba una mano asida al manto de la Virgen y en la otra una vela encendida, derramando abundantes lágrimas de alegría y gratitud.
(…)
ANTONIO HERNÁNDEZ PARRALES Pbro.