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Mensaje con motivo de la celebración de la festividad del Corpus Christi, Día de la Caridad

Los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social hacen público el mensaje con motivo de la celebración de la festividad del Corpus Christi, Día de la Caridad, que se celebra el 29 de mayo de 2016

Al celebrar la fiesta del Corpus Christi en el marco del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, la contemplación y adoración del Señor en el sacramento de la Eucaristía nos ayuda a crecer y avanzar en el camino de la compasión. Este camino, recorrido por Jesús hasta el extremo, se hace presencia y memoria permanente para nosotros en este sacramento.

La Eucaristía, sacramento de la compasión de Dios

La Eucaristía, centro y fuente de toda la vida de la Iglesia, es el gran sacramento de la compasión de Dios: [1]

  • El Dios que vio el sufrimiento de su pueblo, escuchó su clamor y compadecido lo liberó de la esclavitud[2], sigue escuchando el clamor de su pueblo y ofreciendo su vida por él en el sacramento de la Eucaristía.
  • El Dios que un día marcó las puertas de las casas de sus hijos con la sangre del cordero pascual, liberándolos así del exterminador[3], nos marca hoy en cada Eucaristía con la sangre derramada de su Hijo.
  • El Dios que dijo a Moisés “yo soy el que soy” (Ex 3,14), está junto a nosotros en la aflicción, se hace compañero de camino y nos muestra su compasión en la Eucaristía por medio de su Hijo Jesucristo.
  • El Dios que alimentó a su pueblo en el desierto con el maná cuando se encontraba exhausto por el hambre y angustiado ante el riesgo de morir[4], nos ofrece en la Eucaristía un nuevo pan para que quien lo coma no muera y tenga vida eterna.
  • El Dios que mantuvo su fidelidad a pesar de las infidelidades de su pueblo (Ex 34,6-7), es el Dios siempre fiel que en la Eucaristía nos ofrece una alianza nueva sellada con su sangre.
  • El Dios que en Jesús se conmovió ante una multitud hambrienta, despertó la conciencia de los suyos y multiplicó el pan[5], en la Eucaristía nos abre los ojos ante los hambrientos de la tierra y nos llama a poner nuestro pan a disposición de los hermanos.
  • El Dios que en Jesús nos dijo que hay que salir a los caminos para invitar al banquete a los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos[6], nos invita en cada Eucaristía a sentar a los pobres a la mesa.
  • El Dios que en Jesús nos amó hasta el extremo y lavó los pies de los discípulos[7], cada vez que actualizamos su memoria en la Eucaristía renueva con nosotros este gesto de compasión en la vida entregada y hecha servicio.

 Discípulos de Jesús compasivo y misericordioso

En la fiesta del Corpus Christi celebramos el amor de Dios que, en el sacramento de la Eucaristía, nos ha revelado la plenitud de su amor compasivo. Con Él nos alimentamos sentándonos a la mesa con los hermanos para hacernos uno comiendo del mismo pan. Con Él nos identificamos haciendo nuestro su proyecto salvador: El proyecto de una cultura de la compasión y de la vida entregada en el servicio.

En la raíz de toda la vida y actividad de Jesús está su amor compasivo. Se acerca a los que sufren, alivia su dolor, toca a los leprosos, libera a los poseídos por el mal, los rescata de la marginación y los devuelve a la convivencia.[8] Entre los que siguen a Jesús están los desposeídos que no tienen lo necesario para vivir: vagabundos sin techo, mendigos que andan de pueblo en pueblo, jornaleros sin trabajo o con contratos precarios, arrendatarios explotados, viudas sin rentas mínimas ni seguros sociales, mujeres obligadas a ejercer la prostitución. Son los excluidos, los vulnerables, los descartados de ayer… y los de hoy.

Por eso nosotros, ante Jesús-Eucaristía, queremos renovar nuestra unión con Él y nuestro seguimiento[9] y lo hacemos manteniendo vivo su proyecto compasivo, como nos pide el papa Francisco: «En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos».[10]

Frente al descarte, una cultura de la compasión

Contemplando el misterio de la Eucaristía y configurados por él, apostamos por una cultura de la compasión. Una cultura con unos rasgos que la identifican y unas implicaciones prácticas que queremos señalar:

  1. Estar atentos: La compasión nace de tener ojos abiertos para ver el sufrimiento de los otros y oídos atentos para escuchar su clamor. Así pues, «abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio».[11]
  1. Acercarnos: Es un criterio que subraya Francisco: «La proximidad como servicio al prójimo, sí; pero la proximidad también como cercanía».[12] «Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad».[13]
  1. Salir al encuentro: «[El camino de la Iglesia es] no sólo acoger e integrar, con valor evangélico, a quienes llaman a la puerta, sino salir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los alejados, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros gratuitamente hemos recibido».[14]
  1. Curar las heridas: Ante el sufrimiento no basta la indignación. Tampoco basta acoger. Hay que curar las heridas, aliviarlas con el óleo de la consolación, vendarlas con la misericordia y curarlas con la solidaridad y la debida atención.[15]
  1. Acompañar: «La compasión auténtica se hace cargo de la persona, la escucha atentamente, se acerca con respeto y verdad a su situación, y la acompaña en el camino. El verdaderamente misericordioso y compasivo se comporta como el buen samaritano».[16]
  1. Trabajar por la justicia: «Practica la justicia, ama la misericordia y camina humildemente con tu Dios» (Mi 6,8). Este precioso mensaje del profeta Miqueas es recogido por Cáritas en el lema de su campaña institucional «Vive la caridad, practica la justicia», recordándonos así que la primera exigencia de la caridad hecha compasión es la justicia.

La cultura de la compasión implica la vivencia de unas actitudes concretas:

En primer lugar, la libertad: «La lógica del amor no se basa en el miedo, sino en la libertad, en la caridad, en el sano celo (…) Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocarlo, ha querido reintegrarlo a la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios  (…). Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación o de cualquier apertura o cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales».[17]

 En segundo lugar, superar la lógica de la ley y entrar en la lógica de la misericordia: «Hoy nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: la de los doctores de la ley, que se alejan del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia abraza y acoge, reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación, y la exclusión en anuncio (…) La caridad no puede ser neutra, aséptica, indiferente, tibia o imparcial».[18]

Por último, Verificar la autenticidad de nuestro culto en la práctica de la justicia y de la compasión: Jesús sitúa el centro de la verdadera religión en el campo de la compasión. En dos ocasiones recoge Mateo[19] esta cita de Oseas: «misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6). Con esta expresión Jesús no rechaza el culto, pero rechaza la falsedad, la trampa, la manipulación, y reclama un culto verdadero que pasa necesariamente por hacer justicia y ser compasivos.

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