Por: P. Juan Antonio Torres, L.C. | Fuente: Catholic.net
Una de las cualidades que debe caracterizar a toda persona que quiera ser alguien en la vida es tener grandes ideales, ilusiones y proyectos.
Precisamente una de las principales tareas de los papás es la de cultivar en el corazón de sus hijos, como en un huerto, los valores que serán la semilla de los sueños del mañana.
Ideales elevados
Los ideales son el conjunto de razones fundamentales que da sentido a la existencia de una persona; son ellos los que inspiran la ilusión y ganas de luchar, los que justifican el esfuerzo y el trabajo de cada día. De los ideales nacen los propósitos amplios, fundamentales, duraderos en la vida, más allá del puro ganar dinero.
Los ideales y propósitos en la vida nacen de un conjunto de valores. Los valores son su caldo de cultivo, como las semillas en un invernadero.
Hay jóvenes que han perdido la esperanza. Envejecen prematuramente porque la senilidad comienza cuando se han perdido las ilusiones. Hay jóvenes viejos prematuramente porque no tienen ideales, no tienen un futuro que los apasione. En la base de este problema cada vez más común, se encuentra la carencia de una educación en los valores.
¿Por qué se ha agudizado tanto el problema de la generación ni-ni? Cerca de siete millones de jóvenes en México entre 12 y 29 años de edad no trabajan ni estudian.
Por desgracia, el joven está dejando de creer en todo, debido a los tiempos de incertidumbre que vivimos. La juventud es la etapa de los ideales, de la fe, de la amistad, de los amores primeros; el joven y el adolescente, por naturaleza, cree y confía prácticamente en todo. Pero ahora se le están quitando las creencias. ¿Con qué quedan entonces?
Es sumamente importante sembrar en los muchachos grandes ideales, proyectos ambiciosos, la visión de un futuro mejor, la fe en un Dios de amor, en unas prácticas religiosas que les den un sentido de vivir.
Ahora bien, deben ser ideales alcanzables. Es verdad que, de acuerdo con algunos estudios, hasta los 7 años aproximadamente, el niño no distingue entre realidad y ficción; vive en una atmósfera de fantasía; todavía no ha desarrollado plenamente su capacidad de abstracción.
Sin embargo, tampoco es sano que siga soñando con fantasías en la adolescencia y juventud. Es preciso ayudarle a «aterrizar» sus sueños.
Sugerencias de acción
Resulta extraordinariamente enriquecedor que los niños, desde que aprenden a leer, se aficionen por las lecturas de historias. Las historias infantiles, de héroes, de aventuras son los más eficaces transmisores de valores.
Hay una infinidad de autores recomendables: Homero, Julio Verne, Charles Dickens, Emilio Salgari, Rudyard Kipling, Robert Louis Stevenson, John Tolkien, Mark Twain, etc. Todos ellos presentan a los héroes como encarnación de unos valores e inspiran en los niños el sueño de imitarlos.
Y no digamos las lecturas de vidas de santos. Si un niño se aficiona a este tipo de lecturas, la esponja de su alma irá asimilando los ideales más puros y elevados que inspirarán también el deseo de hacer algo grande por los demás, sin buscar su propio interés, simplemente por amor.
Y obviamente, lo más importante es dar a los niños testimonios vivos: los papás deben ser los primeros en encarnar y hacer visibles los valores.
Resulta sumamente inspirador hablarles de los valores familiares mediante historias reales y hechos concretos. Por ejemplo, «tu abuelo arriesgó su vida salvando a una persona que iban a atropellar…»
Hay que tener cuidado de enseñarles a no tener el dinero como el valor fundamental en la vida, sino a las personas, el matrimonio, los hijos.
Para que el niño vaya aterrizando sus sueños de fantasía, es necesario hacerle ver las implicaciones de dichos sueños. Por ejemplo, si quiere aprender guitarra, hablarle con claridad sobre los costos, el tiempo, dificultades, etc., y que, en caso de inscribirse, deberá ser responsable de su compromiso. Pero los papás deberán aceptar también que, si se llega a constatar que el niño no tiene esa habilidad, no hay que forzarlo.