Por D. Fernando Cordero. ss cc
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”.
Hoy en mi comentario al Evangelio dominical no puedo dejar de hacer memoria agradecida de D. Antonio Cabrero Rodríguez, el cura de mi pueblo: el que me habló de Jesús, con el que fui monaguillo, el que me llevó el al seminario, el que me impuso la casulla el día de mi ordenación sacerdotal… Con motivo de sus 25 años de llegada al pueblo, le organizaron una eucaristía sorpresa y en la acción de gracias le dije que era, sobre todo, “un seguidor de Jesús”. San Pablo le encantaba, por esa pasión de identificarse con el Maestro.
Como el sarmiento unido a la vid, ha pasado por el dolor de la enfermedad, pero como el Buen Pastor no ha querido dejar su rebaño hasta el final. Me quedo con sus ganas, con su ser creyente y sacerdote. Hasta el final, como un campeón en medio de la enfermedad y cuando las fuerzas le fallaban.
Me pude despedir hace unos días de ti en el hospital. Intuía que ya sería la última vez, aunque siempre te vi con fuerzas y nunca te acostumbras a ver cómo “menguan” las personas tan significativas y queridas desde la infancia. Tú me decías: “Ya no tengo la fuerza que tenía”. Ese rato que pasé me hizo ver tu serenidad y solidez, tu fe. Y también tu cariño.
Gracias, don Antonio. Hoy no puedo comentar el Evangelio. Dejo, a tantos kilómetros de ti, pero unido en la comunión de los santos, que suba la oración al Dios de bondad y misericordia, al Padre de Jesús, en cuyos brazos estás ya para siempre. Tu vida ha sido Evangelio. Que la Virgen de la Merced y la Virgencita de la Sierra, te hayan cubierto para siempre con su manto. Seguiremos en contacto y espero volver a verte en esa fiesta del encuentro con Jesús. ¡Hasta siempre, querido don Antonio! ¡No dejaremos de hacer memoria agradecida de tu vida y de tu ministerio!