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la Iglesia venera hoy a Santa Teresa de Jesús Jornet

Martes de la vigésima primera semana del tiempo ordinario

Evangelio según San Mateo 23,23-26. 

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. 
¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello! 
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! 
¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera. 

Santa Teresa de Jesús Jornet

Santa Teresa nació el 9 de enero de 1843, en Lérida, Cataluña. Deseaba ingresar en la vida religiosa y solicitó su admisión con las clarisas de Briviesca, cerca de Burgos, pero no pudo profesar a causa de la legislación en vigor.

Se dedicó entonces a la enseñanza y se hizo terciaria carmelita.  En 1872, fundó la primera casa en Barbastro, destinada a recoger ancianos sin familia y sin medios de subsistencia.  El 27 de enero de 1873, tomó el hábito y fue nombrada superiora. Para poder recibir a más ancianos, compró el antiguo convento de los agustinos.

Esta casa se convirtió más tarde, en la casa madre de la Congregación de Hermanitas de Ancianos Desamparados.  Fue aprobada por la Santa Sede en 1887, y hasta ese año contaba ya con 58 filiales. Santa Teresa aprendió con las terciarias carmelitas la devoción a la Santísima Virgen y con las clarisas el amor a los pobres; en los ejercicios de San Ignacio, el ardiente deseo de indentificar constantemente sus sentimientos a la voluntad divina.

La santa solía decir: «No hay nada pequeño cuando se trata de la gloria de Dios». Murió el 26 de agosto de 1897. Pío XII la beatificó el 27 de abril de 1958.

 «Cuiden con interés y esmero a los ancianos; ténganse mucha caridad y observen fielmente las Constituciones: en esto está nuestra santificación».
 Eran palabras testamentarias de la fundadora a punto de exhalar su último suspiro, dejando que manase de sus labios lo que de forma tan abundante pervivía en su corazón: su amor a Cristo, y en Él a los se hallan en el ocaso de la vida faltos tantas veces de la gratitud y del cariño de aquellos por los que desvivieron, o tal vez despojados de sus bienes y maltratados como un objeto inservible.
 Teresa tuvo la fortuna de nacer en una familia profundamente arraigada en la fe, que dio, antes de nacer ella y proporcionaría después, nuevos miembros consagrados a la Iglesia. Creció con una sensibilidad particular hacia los desamparados.

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