Jueves de la trigésima primera semana del tiempo ordinario
Evangelio: Lucas 15,1-10
«Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta»
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: «¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.» Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas para decirles «¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.» Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
Beato Francisco Palau
Nació en Aytona (Lérida) el 29.12.1811, de familia pobre pero muy cristiana.
En 1828 ingresó en el seminario de Lérida, donde estudió filosofía y teología durante cuatro años.
El 14.11.1832 vistió el hábito de carmelita teresiano en Barcelona, donde profesó el 15.11.1833.
En 1835 incendiaron el convento de Barcelona, donde él vivía, y el 2.4.1836 se ordenaba sacerdote. Se entregó de lleno al apostolado y a la oración. Vivió doce años exiliados en Francia (1840-1851) y vuelto a España, se le confinó injustamente a Ibiza (1854-1860).
En la soledad del Vedrá -majestuoso islote frente a Ibiza- vive las vicisitudes de la Iglesia inmerso en su Misterio.
En Baleares funda el 1860 las dos congregaciones religiosas: Hermanas Carmelitas Misioneras y Hermanas Carmelitas Misiones Teresianas, que encarnan su espíritu y hacen que el Padre Palau siga aún hoy vivo en sus hijas.
La reina Isabel II interviene para que regrese a España, donde organiza su intenso apostolado. Ha medido sus fuerzas con todos los obstáculos y cuenta con la gracia para ganar todas las batallas que le presente el enemigo.
Dotado por Dios con el don de profecía y milagros, tuvo que soportar varias denuncias y juicios por las numerosas curaciones que hacía sin ser facultativo. En varias ocasiones practicó los exorcismos con el más cumplido éxito.
Predica misiones populares en las islas y en la península, extendiendo la devoción mañana a su paso. Viaja a Roma en 1866 y de nuevo en 1870 para presentar sus preocupaciones sobre el exorcistado al papa y a los Padres del Concilio Vaticano I.
Muere en Tarragona el 20.3.1872 a sus 61 años de edad.
El 24.4.1988 es beatificado por el papa Juan Pablo II.
Su fiesta se celebra el 7 de noviembre.
La espiritualidad y personalidad del Padre Palau se forja en la lucha, en una búsqueda larga y penosa que abarca casi toda su vida. Lucha por la PAZ entre hombres que se debaten en guerras fratricidas; por la VERDAD para desterrar la ignorancia, causa de tantos desmanes; por la LIBERTAD en una España que se decía «liberal» y perseguía a la Iglesia. Busca soluciones a los problemas de su tiempo y se compromete radicalmente con su vocación de carmelita y sacerdote.
La clave de toda su vida espiritual y de su misión eclesial es el encuentro con Cristo vivo en su Cuerpo Místico, en la Iglesia.
Busca la soledad más completa para dialogar con su «Amada». Por ella también abandona la soledad y se lanza a la acción para servirla con los diferentes medios que su celo le sugiere: la predicación, la catequesis organizada, los exorcismos, la pluma como escritor y periodista. Los apostolados más variados encuentran su unidad en el ideal que los mueve: AMAR Y SERVIR A LA IGLESIA en los pobres, los enfermos, los niños, los jóvenes, las familias…
- que estemos siempre dispuestos a seguir a Cristo aunque nos cueste.
- que nos entreguemos con valentía y generosidad al servicio de los hermanos.
- que la soledad, la oración y el sacrificio sean la fuente de nuestro apostolado.
- que el amor a Cristo, a María y a la iglesia polaricen nuestra vida.