Opinión: José Antonio Piña López.
Cada vez estaba más cerca el 2 de marzo, y mis ganas por cargar el Señor Cautivo aumentaban por segundo. Gracias al boca a boca de la gente pude encontrar al capataz para informarme del día y lugar de la igualá. A pesar de mi corta edad, conseguí llevar al Cautivo en mis hombros, tal como me dijo el capataz “la grandeza de Dios no tiene límites”, aunque en realidad no lo llevé con mis hombros, lo llevé con el corazón.
El 20 de enero era la igualá, y yo tuve la gran suerte de participar en ella. Entré en la segunda trabajadera con compañeros que no conocía, pero sabía que todos juntos seriamos una gran cuadrilla de jóvenes costaleros comprometidos con Cristo.
El siguiente ensayo sería el 29 de enero, y desde la igualá estaba deseando que llegara ese día con mucha ilusión, pues era mi primera experiencia como costalero. Aunque el Cautivo lo iba encima el 2 de marzo, para mí, en todos los ensayos estuvo presente.
La noche del 28 de enero, me sentía muy cansado, aún así no pude pegar ojo puesto que ya no quedaba prácticamente nada para el primer ensayo y para hacerme mi primera molía.
Por fin llegó el gran día, cuya espera se me hizo eterna. Paco, mi capataz (aunque más que capataz es mi amigo y ejemplo a seguir), nos igualó, como haría después en cada ensayo, por si algo había fallado anteriormente. Me puse mi faja y mi molía y me coloqué en la trabajadera, a continuación levantamos el paso y fue algo impresionante ese andar y esos izquierdos que dábamos.
Aunque el ensayo fue intenso me supo a poco, me quedé con ganas de seguir a pesar de que ya estábamos agotados. Cada vez que un ensayo acababa, deseaba que fuese el próximo domingo para seguir.
Hubo 5 ensayos y un domingo de descanso, pero nosotros le pedimos a nuestro capataz que no podíamos estar sin cargar dos semanas.
Ya no quedaba nada, solo un día para salir y esa noche llevamos el paso a la Iglesia de las Angustias de donde saldríamos al día siguiente con ese Cristo que iluminaría las calles de Villamartín.
Nos pusimos a montar el paso con sus respectivas flores y candelabros, era la 1 de la madrugada y todo estaba listo, aunque yo no quería irme, no podía quitar la mirada de ese Cristo, pero me tuve que ir, sabía que al día siguiente lo llevaría con todo mi alma.
Y llegó el gran día, para todos nosotros fueron semanas de mucho trabajo y sacrificio, estábamos todos comprometidos a darlo todo por Él. Todos ansiosos y con muchos nervios, porque íbamos a llevar al Señor mas grande para todos nosotros.
El capataz nos dio nuestros tramos y, todos muy contentos con ello, llevamos al Cristo Cautivo siempre de frente acompañado de izquierdos y de buenos sones por las calles de Villamartín.