Informa: El día Córdoba
La Orden de los Carmelitas Descalzos escribió ayer una página de oro, tal vez la de la mayor brillantez, en los 425 años que han transcurrido desde que llegaron a Córdoba de la mano de San Juan de la Cruz. El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, ciñó la corona sobre las imágenes de Jesús y la Virgen del Carmen minutos después de que fray Francisco Jaén, provincial de Andalucía, diera lectura al decreto de la coronación canónica. Este momento, que tuvo lugar al filo de las 19:00, fue el colofón a muchos años de trabajo por parte de la familia carmelitana, que ratificó con su fe y su multitudinaria participación que la reina del Carmelo cordobés merece este privilegio pontifical.
Unos 7.000 fieles -no cabían más en la Catedral- abarrotaron la Catedral en este día tan especial para los Carmelitas Descalzos y otros varios miles asistieron a la procesión que presidió la recién coronada Virgen del Carmen y que acabó en el convento de San Cayetano. El primer templo de la Diócesis lució sus mejores galas, las calles que luego cruzó el cortejo contaron en algunos tramos con colgaduras carmelitas y los colores marrones y blancos propios de la orden, y el altar catedralicio, por su parte, presentó algunas iconografías ligadas a la congregación, como las efigies de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, y el escudo con el Monte Carmelo. Junto al prelado cordobés estuvieron también el obispo auxiliar de Sevilla, Santiago Gómez Sierra, y el general de la Orden de los Carmelitas Descalzos, Saverio Cannistrà.
Imposible, o al menos difícil, imaginar un desenlace mejor para el día de la coronación canónica y esa sensación se intuía en el rostro de muchas de las personas que han cuidado cada movimiento, desde la solicitud de este privilegio que concede la Santa Sede hasta la organización de la pontifical. La ceremonia fue brillante, en cualquier caso, pero no sólo por el multitudinario seguimiento que tuvo, sino por todos esos innumerables detalles que elevan un hecho de esta solemnidad a la máxima categoría. Valgan como ejemplos plásticos la casulla de San Juan de la Cruz que vistió el obispo, una valiosa pieza en desuso desde hace más de un siglo; y el cuidado repertorio musical que sonó en la Catedral, bien interpretado por la Joven Orquesta del Conservatorio Profesional Superior de Música de Córdoba Músico Zyryab y el Coro de Ópera de Córdoba.
La Archicofradía del Carmen lo preparó todo con extremo cuidado. Reconoció el trabajo realizado a tres personas que han tenido un papel protagonista desde que se produjo la aprobación de la coronación canónica, Catalina Hernández, Yolanda Murillo y Juan José Cas, que participaron en las lecturas. Dio un sitio especial al colegio Virgen del Carmen, cantera inagotable de devoción a la titular, e incluso a la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), colectivo con mantiene una estrecha colaboración a través de su obra social. De hecho, fueron dos niños, uno perteneciente al alumnado del centro educativo, Alberto Pascual, y otro vinculado a la AECC, Pablo Jiménez, los que se encargaron de entregar la corona del Niño Jesús al obispo.
Tras la bendición de las coronas, labradas por el orfebre cordobés Manuel Valera con diseño de fray Juan Dobado, el prelado procedió a la coronación. Junto a él, Manuel Hinojosa, vicario de la ciudad, que subió también a la escalera situada junto al paso de palio para ayudar al obispo. Una vez ceñidas las coronas sobre las benditas imágenes, los fieles rompieron el protocolo con un sonoro y caluroso aplauso que duró varios minutos y que evidenció que se trata de una advocación muy querida. Monseñor Fernández, por su parte, dedicó una emotiva homilía y apuntó que «la coronación del Carmen, lejos de ser un acto protocolario, es un acto de fe, devoción y de multitudinario amor a María».
El obispo, que recordó los orígenes de la devoción carmelita -el 16 de julio de 1251 se le apareció al general de la Orden y le entregó el escapulario que llevaba en sus manos-, destacó que la titular cordobesa «ha sido poderosa intercesora de sus devotos». Destacó además que la Archicofradía la ha presentado «llena de majestad y pureza».
Terminado el acto propiamente dicho de la coronación canónica, en mitad de una ceremonia religiosa que duró prácticamente dos horas, la corporación carmelitana se echó a la calle en procesión y en dirección al convento de San Cayetano. El cortejo, por su parte, contó con unas dimensiones proporcionales al seguimiento de la coronación en la Catedral y se acercó en longitud al kilómetro, ocupando todo el eje del barrio de la Catedral que lleva a las Tendillas. Entre los numerosos detalles que hubo en el desfile procesional, fue especialmente reseñable las más de un centenar de mujeres vestidas con la clásica mantilla española.
Durante el recorrido, que incluyó puntos como las plazas de San Miguel y Colón y, como es lógico, el barrio de Santa Marina, hubo altares callejeros, cánticos a la Virgen, fuegos artificiales y numerosas petaladas de flores organizadas por grupos jóvenes de otras hermandades cordobesas. El acompañamiento musical corrió a cargo de la Banda de Cornetas y Tambores Jesús Caído-Fuensanta de Córdoba, que fue junto a la cruz de guía, y por la banda del Maestro Tejera (Sevilla) tras el palio. Fue en el barrio de Santa Marina, sin embargo, donde hubo más y mejores galas, con guirnaldas y colgaduras hechas por los niños del colegio. Además, a la llegada de la Virgen del Carmen a la Cuesta de San Cayetano, se bendijo el retablo cerámico de casi cuatro metros de altura realizado en los talleres de Antonio Linares, de Villamartín.