Francisco J. Varela Figueroa, Vicario Parroquial
Dentro de la literatura cristiana de los primeros siglos de la Iglesia, concretamente en el siglo II, tenemos un escrito donde el autor da respuesta a un interlocutor pagano sobre el cristianismo adentrándose en las creencias y en la vida de estos nuevos creyentes que han aparecido. En este escrito, la carta A Diogneto, se muestra quiénes son los cristianos, qué creen, cómo viven, etc.
El hilo conductor de este escrito es trazado por una serie de preguntas realizadas por Diogneto sobre los cristianos. Lo que más curiosidad le provoca es el modo que los cristianos tienen de relacionarse con el mundo, su peculiar forma de vida.
El primer requisito para comprender la novedad del cristianismo es liberarse de los pensamientos que ocupan la mente y desprenderse de las costumbres que engañan imponiendo una visión rígida de la vida. Ciertamente, se pide a nuestro oyente que se libere de los prejuicios, presupuestos y esquemas que tienen esclavizada su mente. Son muchos los pensamientos que han sido impuestos por la sociedad imperante que niegan una visión abierta y libre de la realidad, una visión que permita expandir el pensamiento hacia lo que está por encima del hombre, de su propia finitud y límites que le impiden elevarse hacia la trascendencia.
Otro punto importante es la ciudadanía de los cristianos. El autor explica la peculiar ciudadanía de los cristianos, su forma de estar en el mundo. Los cristianos no se sienten atados al mundo, se saben ciudadanos del Reino, de este modo, no se esclavizan con lo material. Esto no significa que se evadan del mundo, ya que los cristianos tienen una misión: ser fermento en el mundo, vivir transmitiendo lo que han conocido en Cristo. El cristiano está en el mundo, pero no es del mundo. De este modo, el cristiano se involucra en los asuntos del mundo, vive en todos los ámbitos de la sociedad, pero siempre conservando su forma de ser y actuar, no se mezcla sin más, sino que vive de una forma coherente para ayudar a los demás a acercarse al único que da sentido a la existencia y la verdadera felicidad al hombre.
Esta misión del cristiano no tiene otro origen que el mismo Dios, el Creador, pero no es una misión de juicio o castigo. El cristiano es llamado a ser testigo del Amor yla Verdad, es un sembrador del mensaje divino en los corazones.
Este es el motivo por el que el cristiano es llamado a vivir de una manera concreta y particular. El cristiano es llamado a ser un imitador de su Señor, es decir, un imitador del que es el Amor y la Verdad. Esto le lleva a no buscar los primeros puestos, a no buscar el sobresalir, sino a bajarse hasta el más débil para elevarlo, para enseñarle esta manera nueva de vivir, esa manera de ser en el mundo sabiéndose llamado a una vida distinta.
Esta forma es la que mostraban los primeros cristianos cuando dice la Escritura que no tenían nada propio, tenían un solo corazón y una sola alma, todo lo poseían en común (cf. Hch. 4, 32-37). Aquí se está mostrando la forma exacta de vivir del cristiano, esa forma que traspasa el tiempo y el espacio, es decir, que esta es la forma de vivir que se pedía a los primeros cristianos y que se nos pide, hoy, a nosotros.
Así, a través del testimonio de una carta del siglo II podemos ver cómo ser cristiano hoy. La realidad ha cambiado mucho, pero la esencia sigue siendo la misma: el cristiano es testigo de la obra de Dios en el mundo y está llamado a vivir según Cristo. No creemos en una religión enrevesada y extraña, sino en un Dios Amor, que Creó por amor, que Redimió por amor y que sigue guiando a sus hijos. Este hecho es el que tiene que centrar nuestras vidas y, de este modo, podremos suscitar preguntas en los demás y hacer sentir esa curiosidad que lleve a buscar el porqué, al igual que Diogneto.
¿Realmente nuestras vidas son tan auténticas que suscitamos el deseo de búsqueda de la Verdad en los demás?
¡¡Tienes una misión como cristiano!!
¿La aceptas?